Quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos

Quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos
Ricardo Carpani, 1991, acrílico sobre papel

04/05/2011

Muerte y desaparición de Bin Laden

03.05.2011

Rituales públicos e incognitas de Abbottabad

Por Roberto Páez González

Los premios Nobel no siempre fueron atribuidos a personalidades que merecieran un alto premio, pero son premios de mucha valoración en las sociedades contemporáneas. Por eso hoy hay muchos críticos de Obama, quien siendo reciente premio Nobel de la Paz se ha encargado de reorientar algunas guerras que su país tenía en curso, coiniciar la de Libia y felicitar a su propio gobierno y a los Estados Unidos por el asesinato de Bin Laden.



Lo que es verdaderamente temible es que la primera potencia mundial recurra al homicidio como instrumento de política exterior; porque más allá de la venganza, que en este caso ha reemplazado a cualquier justicia institucional, el resonante triunfo que se han adjudicado convalida –junto con el aluvión mediático- el hacerse justicia por mano propia, sin escatimar medios, sin miramientos por la soberanía de otro país –Pakistán- y hasta haciendo desaparecer el cadáver y proclamando un nombre de la operación –Gerónimo- que retrotrae a sucesos estadounidenses genocidas con ecos actuales discriminatorios y racistas.



Fue también uno de los tres grandes eventos mediáticos de la semana, con la boda de Kate y William y la beatificación de Juan Pablo II.



Ya, los príncipes descansan en Anglesey, Gales, Juan Pablo está en el cielo o cerca y Osama en alguna parte de algún mar.



Sic transit gloria mundi, pero no todo está dicho. Aunque antes de unos balances diáfanos que puedan ser efectuados con más experiencia mundial, podemos tratar de sacudirnos nuestro propio asombro y algunas de nuestras dudas.



La beatificación, claro está, forma parte de los ritos católicos –y por algo, católico quiere decir universal- por lo que una gran comunidad está convocada a la veneración, tanto más cuanto que se trata de un Papa que ejerció hace poco y durante 25 años, defendiendo un programa moral contentivo de reivindicaciones de los neocon norteamericanos.



Los soberanos del Reino Unido disfrutan de un gran consenso y los ritos relativos a la familia real se superponen a otros cualesquiera de la modernidad comercial, industrial y militar inglesa, reproduciendo besos nupciales de los cuentos de hadas para celebrar la pompa monárquica de la democracia británica, con prescindencia de eventuales discordias que como ya se sabe, suceden en las mejores familias.



Darle muerte al jefe de la Djihad islámica y hacer desaparecer su cadáver tampoco es totalmente novedoso. Por alguna razón que conviene tener presente –se la estudie o no- los restos mortales de Jesús, Eva Perón o el Che Guevara, por ejemplo, desaparecieron por algún tiempo más o menos largo. En Argentina y en otras partes del mundo conocemos qué es la desaparición de personas o hasta la desaparición de sus restos mortales.



Se trata de circuntancias que tienen que ver con la tragedia griega, con el respeto de los muertos, con el temor de los mártires y de los sepulcros. Y al mismo tiempo, en el caso de los restos de Osama, también tiene que ver con las modalidades modernas y contemporáneas de la diplomacia, las relaciones internacionales y los cánones de convivencia aceptados entre los pueblos.



Recordemos que para finalizar un conflicto religioso –cierto que entre cristianos: católicos y protestantes- los acuerdos de Osnabrück y Münster, en 1648, llamados de Westfalia, ponían fin a la Guerra de 30 Años, aunque Francia continuaba sus conquistas, particularmente contra España, hasta 1659.



Pero más que influir sobre cambios territoriales, Westfalia ponía fin a la universitas christiana, con la que el Emperador y el Papa mediaban en asuntos de la cristiandad, considerada como República de Estados diversos, y así surgía la idea francesa del Estado, que se oponía a la intervención de poderes ajenos en el reino francés, afirmando su legalidad independiente, una doctrina que se generalizó, dando lugar al concepto de soberanía nacional y del Estado nación. Y el papado dejó de ejercer un poder temporal. Y la diplomacia conoció importantes desarrollos.



En la globalización actual, se destaca una concepción por la que un grupo de países puede actuar –en nombre de la comunidad internacional- en el marco legal de la ONU; pero también, la primera potencia puede actuar según su fuerza. En ambos casos, invocando la defensa de la democracia o de los derechos humanos como valores universales, haciendo caso omiso de las constituciones nacionales de países que no forman parte de su núcleo central. Como si reemplazaran al papado y al imperio, invocando -en vez de la universitas christiana- la civilización occidental o la democracia y considerando al planeta –como antes de Westfalia- como un patrimonio heredado.



Sólo que subsisten potencias -no occidentales o no cristianas- como Rusia o China, por ejemplo, que cohabitan con las principales potencias occidentales –Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia- en diversos organismos, tales como el Consejo de Seguridad o el G-20, pero que no están mecánicamente alineadas al diapasón estadounidense o de la OTAN.



Sin duda, no será por las cenizas del demonizado Bin Laden que los dirigentes de Rusia, China y otros países se rasgarán las vestiduras, pero algunos pensarán conforme sintetiza el dicho: cuando veas las barbas del vecino cortar, pon las tuyas en remojo.



Aquí, el desafío está lanzado y no cabe duda; no sólo por el hecho, sino porque el propio presidente de los Estados Unidos, quiso despejar interpretaciones, confirmando que Estados Unidos está en condiciones de hacer cualquier cosa que se proponga. Es un órdago para ser tomado en cuenta en todo el planeta.



¿Exceso de confianza en sí mismo? Lo que dirá la historia requiere tiempo, pero la determinación existe.



Las bases ideológicas de la Djihad islámica no dejan de ser un tanto imprecisas para nosotros, lectores latinoamericanos. Así como muchos veíamos repetidamente en los periódicos Al-Qaida, al-Qaeda o Al Qaeda sin saber que significa « la base », también asimilamos Djihad islámica a fanatismo musulmán, y la mayoría de los periódicos occidentales transmiten la idea de que son radicales, extremistas o terroristas, y ya está montada la amalgama, el bocado, la anteojera, el cabestro.



Es una expresión que ha evolucionado, que nos resulta compleja, además, porque es tan complejo como luchar contra las tentaciones, hacer el combate sagrado por Allah y aun hacerlo por los diferentes medios que son el corazón, la lengua o la espada.



Pero luchar contra los infieles, ya no es lo que era cuando las guerras de religión entre cruzados y sarracemos. Desde el siglo XVII Europa aprendió a llamarles musulmanes, mahometanos, ismaelitas, moros, pero no a comprender del todo que estaban todavía actuando en forma eurocéntrica al llamarlos así, como más tarde llegó a plantearse esa autocrítica. De hecho hubo miradas europeas que –cuando con Westfalia- se dejó de considerar a la religión como causa de beligerancia (pero esto fue primero entre cristianos, y para el Otro cristiano) trataron de tener un concepto universal del hombre.



Inclusive demasiado universal, porque procuraron imponerlo, también, por la fuerza, en algunos casos, aunque no en forma pura, sino como adherencia a intereses imperiales, comerciales u otros, tal vez como pasó con Cristo y el oro en la Conquista de América.



De todas maneras, nos es preciso volver a esta Djihad para decir que desde nuestro punto de vista y hasta donde llega nuestro limitado alcance, la misma es portadora de una serie de ideas reaccionarias relativas a la condición de la mujer, a la sujeción religiosa, a la falta de planteos institucionales para ofertar a las masas de los países árabes y musulmanes vías políticas para su propia emancipación nacional y social.



También cabe recordar algunas consideraciones de Frantz Omar Fanon, en los Condenados de la tierra, relativas al tema del velo en la sociedad argelina de la época de la lucha anticolonial. Decía que ese vestigio, que casi había caído en desuso, recobró valor como foco de resistencia, lo mismo que el rechazo de la visión francesa u occidental de la emancipación de la mujer.



En nuestros tiempos, acaso no sea tan difícil interpretar cuál es la situación respecto de estos temas, que sin duda han evolucionado. Pero con toda seguridad, el neoliberalismo, que allí también sembró desigualdades sociales, deja ahora una masiva juventud ávida de empleos que no existen y consciente de que el Mundo Arabe y –ante todo su propio país- no es una isla en el Mundo planetario.



Con respecto a los nuevos problemas de las sociedades en que predomina el sentimiento religioso musulmán, no es el terrorismo de Al Qaeda lo que puede aportarles las mejoras que necesitan. El estado de la opinión en esos países se halla en pleno proceso de replanteos. Y seguramente, el asesinato de Osama Bin Laden no cambia las cosas más importantes.



Pero va a suscitar el rencor y el resquemor. Los principales líderes de los países desarrollados occidentales ya adelantaron que puede haber represalias. Una de las primeras reacciones es, pues, desde ya, incentivar los controles y apoyarse en el miedo, que -aunque dicen que no es zonzo- frena las libertades públicas.



Tampoco se puede excluir que la guerra se extienda de Afganistán a Pakistán. Y en todo caso, es inevitable que el estupor cunda y se moldeen nuevas formas de relación de los militares pakistaneses con socios y vecinos, y entre ellos mismos. ¿Era algo deseado a través de la operación Gerónimo?



Los sucesos de Abbottabad y los ingentes comentarios forman parte del primer acto, solamente. Las claves no figuran. Pero ahora, las claves residen también en saber por qué y para qué el gobierno de la primera potencia mundial adopta estas decisiones.



¿Qué hay del otro lado de la colina? Se preguntaba Wellington.



Roberto Páez González – 03.05.11

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