Quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos

Quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos
Ricardo Carpani, 1991, acrílico sobre papel

03/07/2009

2009: CONTINUIDAD DE LOS SEMESTRES

- Unas notas sobre las elecciones -
Por Roberto Páez González - 29.06.2009

La elección de De Narváez no tiene ningún mensaje para Latinoamérica. Además de la cacofonía final producida con Rucci y Macri sobre si estatizaciones o privatizaciones.

La elección de Solanas no tiene ningún mensaje de coherencia latinoamericana. Ni tampoco de consecuencia entre las ideas y la práctica: sus seguidores pretenden disponer de ideas de izquierda, pero se dejan apoyar cándidamente por los medios periodísticos de la derecha. Por más que Solanas reitere que se inició con Scalabrini, le cabe lo que observó Jauretche, a saber, que lo peor era subirse al caballo por la izquierda y bajarse por la derecha.

Las elecciones de Reutemann, De Narváez, Michetti simbolizan el rechazo de que el Estado desempeñe un papel activo y regulador contra los efectos de la crisis financiera internacional, para que Argentina pueda concertar con los demás países de Latinoamérica acciones anticrisis y promover en nuestro país un crecimiento económico y del empleo inseparable del desarrollo social, la soberanía alimentaria y la preservación medioambiental, es decir, para que el Estado ratifique la prioridad de la justicia social y las convergencias sudamericanas y latinoamericanas, que son metas en sí y la única vía real de consolidación de nuestras democracias.

Reutemann, De Narváez, Michetti dicen defender la democracia, pero atacan las bases de la democracia participativa. Socavan su gobernabilidad, como lo hacen los grandes medios de difusión. Comprenden la democracia como un juego electoral, con una hegemonía minoritaria, a la antigua.

Néstor Kirchner desarrolló una estrategia que fracasó. Sacó conclusiones al respecto, renunciando a la presidencia del Partido Justicialista. No intentó descifrar a fondo –para el entendimiento de todo el mundo- la complejidad de lo real. Tomó nota de los resultados, los interpretó en su escueta expresión pública y empezó a tomar decisiones. No parece que haya manifestado todo lo que piensa del resultado electoral, pero como está ubicado en un sitio de protagonismo decisorio, se remite a su obligación de actuar. Ya hace un año, los Grondona, Morales Solá y consortes lo veían terminado, pero aunque haya perdido ahora, les resulta un hueso duro de roer.

Nosotros no estamos en un sitio decisorio de ese género y no podemos hacer la economía de algunas reflexiones que necesitamos compartir.

Estamos en el año cero del siglo veintiuno político argentino: el año transcurrido de la 125 a la renuncia de Kirchner a la presidencia del Partido Justicialista. Algo parecido al 1806-1807 de las invasiones inglesas. [entre el 24 de junio de 1806 y septiembre de 1807]

Acaso este año se haya terminado ya; aunque, claro está, el siglo tiene mucho por delante. Sin embargo, más peronistas o menos peronistas, los argentinos saben que no hay peronismo que dure cien años. El peronismo durará como el himno o la bandera, pero no como herramienta.

Algunos ya nos imaginamos imposible el Partido Justicialista para el siglo XXI político de Argentina, desde hace tiempo. El peronismo está percudido por la presidencia de María Estela Martínez de Perón, la actuación de muchos peronistas durante la dictadura militar, los malos papeles desempeñados durante los pasados veinticinco años de la democracia heredada en 1983 y -muy particularmente- por el neoperonismo menemista que hizo la demostración de que el peronismo ya podía ser un instrumento del neoliberalismo.

No estamos hablando de todas las personas peronistas; sobre todo no nos referimos a los mejores de sus militantes, ni a la mayoría de sus bases, ni al conjunto de su historia, sino a lo que tiene ahora el peronismo de institucionalidad popular acumulada, una identificación política con redes, códigos y motivaciones que coinciden más con lealtades interesadas que con el sentido de la lealtad popular originaria (cada vez más reducida a símbolos incólumes que los dirigentes deshonran). Una identidad que se autorrestituye ante la falta de ofertas políticas realistas de cambio social, de inserción latinoamericana solidaria y del logro de una economía equilibrada con adaptación a la economía mundial según nuestras metas.

El paradigma actual del peronismo político no es el del 17 de Octubre, sino la anulación de la movilización popular y, aun peor, la atenuación de la conciencia de sus causas.

Es un paradigma de anestesia de la inteligencia, bajo liderazgos clientelares locales, juzgados útiles, continentes y comunicantes que en su práctica achican la capacidad interrogativa de los ciudadanos y simultáneamente, también de sus intelectuales, ocupados en justificar las cosas.

En el peronismo –y creemos que por eso, también en el país- la institucionalidad, el desorden y la creatividad organizativa no tienen las mismas oportunidades. Esta última se disipa antes de llegar a crear un nuevo rellano, con nuevos conflictos o desórdenes fértiles y capaces de poner a salvo las conquistas de la patria-humanidad, resignificándolas. Al revés, sólo se salvan las más irrisorias de la patria chica, las rivadavianas, las del federalismo de vasallos y señores y no las conquistas de pueblos y provincias, locales y a la vez argentinas, latinoamericanas, etc.

Vemos que muchas luchas sociales y políticas de nuestra historia se han condensado en una relación de fuerzas que se expresa en el Estado y comprobamos que estos estadios de conciencia son frutos de la lucha de décadas, inclusive y principalmente de décadas de luchas de los peronistas contra el oprobio nacional, contra los vendepatrias, contra los cipayos, contra los golpistas, contra la burocracia sindical ... y por supuesto contra otras contrarrevoluciones como fueron los derrocamientos de Salvador Allende –para no ir más atrás- y todos los que le siguieron en Latinoamérica.

Esta institucionalidad oficial que emerge entre otros aspectos institucionales supérstites, negativos o discutibles y a pesar de ellos, gracias al gobierno (por el gobierno que es), encuentra en pugna una gran parte de la institucionalidad de bases disponible del Partido Justicialista ya con liderazgo vacante, ya con dirigentes opuestos a la dirección oficial, y proclive a expresar todas las frustraciones antigubernamentales.

En la traza del “campo” y las demandas insatisfechas de sectores sociales peronistas se alinearon las fuerzas en un voto sanción, en el que cada sector atribuye sus propias significaciones, sin que los diversos componentes se integraran en un verdadero proyecto común.

En este contexto, que no excluye otros en los que se juega el devenir nacional, cuando Fernández de Kirchner repudia el golpe que acaba de producirse en Honduras, nos representa.

La presidenta ejerce el gobierno, en tal caso, con un sentido de lo nacional que se refleja y acentúa en la solidaridad latinoamericana y democrática. Vemos en ello un papel acertado del Estado, a través de su orientación.

Demás está decir que, quienes no estamos en el gobierno no podemos orientarlo, ni –mucho menos- reemplazar a la señora Cristina Fernández, pero podemos y debemos reconocer ese papel que nos enaltece como pueblo, como nación.

En cambio, desde el enanismo periodístico que caracteriza a los grandes medios, se la critica por los mismos hechos. Ricardo Roa, hoy, en Clarín, decía “No fue un chiste a la manera de la revista Barcelona: usó la crisis en Honduras para ocultar el derrumbe electoral del domingo”. Roa, además, se queja de que con la salida de Kirchner de la jefatura del Partido Justicialista pareciera que aquél colocara como perdedor a éste. Si bien se mira, el jefe se va porque con el partido dividido y sin victoria no puede garantizar al mismo tiempo su función y sus objetivos, ni su supervivencia política, para la que necesita manos libres, dejando esa papa caliente.

La conferencia de prensa de la presidenta despejó cosas importantes: ella está en la certeza de que en el sistema democrático que impera en el país, las elecciones legislativas son una referencia para guiar la acción de gobierno y una determinación de las fuerzas en presencia para establecer una gobernabilidad. Lo contrario es la conspiración, el clima destituyente, la desestabilización golpista.

Una de dos: o respetamos las reglas democráticas o no las respetamos. Y esto tanto le cabe a Juana como a su hermana: no puede ser que sólo el oficialismo las respete.

Pero puede ser más complicado que la señora presidenta se proponga insistir con propuestas de mejora de la distribución del ingreso, a menos que encuentre apoyos parlamentarios y –justamente, ¿por que no?- apoyos de una movilización popular ilustrada en las demandas que –con la nueva relación de fuerzas a la vista- unas políticas lúcidas del gobierno y/o de nuevas fuerzas de proposición conciten.

Es cierto que no llegó a haber transversalidad en la primera etapa, que no funcionó la Concertación y que la no victoria de Kirchner deja más confusión en el peronismo. Pero todos estos pasajes o maniobras fueron necesarios a la supervivencia política de una conducción nacional que arrancó con el 22 % de los votos y la peor crisis del país a cuestas.

Habitualmente, se cuestiona su construcción política, pero no podemos dejar de admitir que sobrevivió ya unos cuantos años en un país donde eso es difícil y, aunque haya insatisfechos y decepcionados de todos los colores, no se puede negar que algo hizo, a diferencia de muchos gobiernos anteriores.

Frente a su desgaste en el aparato peronista que aquí hemos llamado la institucionalidad del Partido Justicialista, Scioli – en su propio interés- tiene que reagrupar esas fuerzas, lo que es indispensable para la base parlamentaria de la gobernabilidad actual.

Claro que, frente a las oportunidades de la hora, el gobierno, el kirchnerismo, no es el único responsable. Las oportunidades están planteadas y, por tanto, la participación en el escenario político nacional es posible. Muchos de los que se quejan, no atinan a nada. No es preciso dedicarle mucho tiempo a esta clase de críticos.

Ahora bien, quienes hayan sentido que estamos en un momento político en el que es posible participar, no podemos conformarnos con criticar al oficialismo, sino que debemos ser portadores de propuestas y capaces de reunir los haces de la institucionalidad democrática y de los conflictos o desórdenes políticos en movimientos organizativos.

Lo que destaca es que no hubo la polarización que muchos esperaban. Había ocurrido así en las últimas presidenciales, con el 45 % de Cristina y la oposición dividida. Ahora, en la Provincia de Buenos Aires, las dos primeras fuerzas se llevaron el 66,69 % de los votos, grosso modo, cada una un tercio. En la Ciudad de Buenos Aires, las dos primeras sólo suman un 55,30 %. La suma de los votos a nivel nacional tampoco autoriza a ver un oficialismo completamente superado, ya que con alrededor del 35 % encabeza a las demás formaciones.

Ni es una hecatombe para el oficialismo, ni puede decirse que hay una Argentina dividida en dos.

Por otro lado, enfocando la situación en la ciudad de Buenos Aires, no erró la presidenta al considerar que la votación de Michetti estaba muy por debajo de la votación de Macri hace un año y medio, aunque sólo se considere la primera vuelta (31,93 % en vez del 45 %). Pero el candidato que defendió el kirchnerismo, Heller, sólo obtuvo el 11,63 % en comparación con el 23% de la primera vuelta de Filmus.

Al respecto, conviene reiterar que aquélla fue una elección mucho más polarizada, en el marco de la disyuntiva presidencial. Además, se reconoce un fenómeno específico en esta elección, la elevada votación de Solanas, tributaria de la opción progresista antikirchnerista y del efecto marketing del apoyo mediático.

No es una excusa para Heller. Pero Heller, aún con su bajo resultado no desmereció porque ofreció una alternativa política comprometida, sin rehusar referirse a las principales piedras de toque. Es en el fondo, un poco de claridad, como para proponerse orientar una gran acción política en la Ciudad , rechazando el neoliberalismo, el racismo, etc. y convirtiéndose en una fuerza de proposición.

Además, Heller no contó con la suficiente actividad de organización política que le diera notoriedad para compensar la propaganda de los grandes medios periodísticos que ensalzaron sistemáticamente a Michetti y a Solanas. Pero se puede pensar que fue un voto de convicciones. Es un motivo que no alimenta la decepción o la morigera. Claro que la fuerza necesita continuidad de acción para irradiarse.



Para concluir, tanto en la ciudad de Buenos Aires, como en la provincia de Buenos Aires, vale la pena que exista una fuerza política independiente del gobierno, del peronismo en general y del kirchnerismo en particular, capaz de conciliar el apoyo a una democracia amenazada con el afán de orientar debates que fecunden los interrogantes y cuestionamientos de los ciudadanos, ayudando a hacer triunfar las luchas de la agenda social.

Vale la pena recordar que en este período se destacó el fenómeno de Carta Abierta, que supo conservar su unidad, que es factor de su legitimidad, estimulando la aptitud intelectual y el compromiso en nuestra realidad. Es una mezcla de experiencias y una suma de competencias.

El concepto de una sola doctrina o dogma tiene un valor sintético inservible porque no puede ser lenguaje social y los sectarismos no valen ni como rasgos defensivos. Es harto peligroso mecerse en la sensación de que ya todo está descifrado. De todo lo que sabemos, lo que importa no es ni cuánto, ni lo más exhibicionista, sino como se relaciona con lo que tenemos que hacer.

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