Quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos

Quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos
Ricardo Carpani, 1991, acrílico sobre papel

22/07/2008

... En el campo, las espinas ...



¿Dónde estamos parados? (apuntes sin apuro) Roberto Páez González 21.07.08

Hay, como cupo caber duda, una derecha detrás del campo, como supo hablarse en épocas pasadas de un poder detrás del trono.

Episódicamente, un rey de las arengas de Gualeguaychú concitó plateas en torno a tractores, conciertos de cacerolas al aire libre, pantallas gigantes y el aplauso de la prensa y el público adicto.

¡Zas! ¡Una nueva derecha!

¡Vale!, que se las apañan de una manera diferente. Pero los intereses y sobre todo el daño potencial para el país son de género similar a lo de antes.

Son las circuntancias las que han cambiado. Sobre todo la perspectiva de ganancias fáciles en vista de la crisis alimentaria mundial, con el temible aumento de los precios internacionales.

Quieren la plata, un gobierno dócil, y lo demás no importa. Claro que lo demás consiste en una patria para todos, con un desarrollo económico que incluya a todos a la hora de repartir el ingreso nacional.

Pero otra vez, en la historia del país, las condiciones del mercado mundial determinan –excesivamente, gracias a la situación política interna- el modelo económico, y modifican las relaciones de fuerza entre los sectores económicos; en nuestro caso, en favor de una parte de la cadena de valor que desemboca en los grandes exportadores de productos agrícolas, y definen o tienden a definir la distribución de la riqueza nacional de conformidad con su capacidad para imponer los hechos consumados. Es así. ¿Por qué? Porque pueden.

Por tanto, al margen de la presentación que de los hechos hayan dado los actores políticos, lo que estuvo –y está, a no olvidarlo- en juego es el modelo de apropiación de la renta agraria. Y como en el tema de la distribución del ingreso cuando una parte tira de la manta la otra o las otras sienten frío, es todo el modelo distributivo el que está cuestionado.

Que está cuestionado no significa automáticamente que vaya a haber una revolución social. Porque en todos los países donde hubo injusticia social, a través del tiempo, ésta siempre estuvo cuestionada en alguna medida, pero sin dar lugar –forzosamente- a cambios trascendentes. A veces, ni siquiera a una redistribución de la renta dentro del sistema, lo que algunos llaman reformismo.

Podemos estar seguros de que las grandes industrias multinacionales del agrobusiness y sus aliados indispensables de los grandes medios de comunicación han saltado sobre la ocasión para vertebrar una oposición política que le cayó al gobierno como un rayo en un cielo de vacaciones.

Al parecer, una desproporción. Sin embargo, no es así. En la contra no están para nada dispuestos a soltar el hueso y que nadie crea que se los puede tomar desprevenidos.

Nada les importa más que cómo se distribuye el ingreso nacional, muy particularmente lo que se refiere a sus rentas actuales y futuras, que por ser fruto de actos políticos -pasados y actuales- obedecen a una lógica política y, por tanto, al poder político.

Cuando el gobierno interviene en una área sensible de estos intereses sociales y económicos, afecta las condiciones políticas en que se desarrolla la lógica económica y social imperante en el país.

La novedosa situación de dualidad de poder generada por el tema de las retenciones entre el gobierno y las federaciones agrarias, pronto se se convirtió en un conflicto en el que se alineaban contra el gobierno no ya solamente las federaciones agrarias sino además, los medios de comunicación y los dirigentes políticos perdidosos en las últimas elecciones; e incluso en la prensa internacional surgían a coro gurúes que suscitaban la desconfianza sobre la estabilidad política del gobierno de Cristina Fernández, y sobre la estabilidad argentina en sentido lato.

Dieron la prueba de que podían. Que podían contar las cosas como mejor les conviniera. Que tenían preeminencia en la opinión pública, siempre tan dependiente de los sistemas electorales, las justas parlamentarias y los medios de prensa. Que podían echar el anatema sobre la proverbial soberbia de los Kirchner, como si por ejemplo, usted y yo que también queremos altas cotas de justicia social fuéramos unos peleles dominados por el ejercicio majestuoso de unos hipnotizadores malévolos.

¿O usted, yo e incluso ellos, « los del campo » podemos ignorar el déficit de la democracia argentina en materia de justicia social? ¿Hacer como el avestruz y rezar que el mundo sigue andando (ya saben cómo anda el mundo…)?

En la Capital , unos cuantos están de juerga con toda hipocresía, conjugada en el racismo ordinario anticabecita y antiboliguayo –antilatinoamericano, en suma- y en emblemas como la Constitución y el federalismo blandidos como estandartes de aglutinamiento, pero que en realidad les importan un rábano.

Que nadie crea que nos quitan las banderas. Se vierten en una campaña de confusiones diseñada por ex de la izquierda nacional, y otros plumíferos –ex de cualquier cosa- que están dando la mejor prueba del más pésimo periodismo argentino (pero ya hubo, no lo olviden).

Frente a estas circunstancias, muchos compatriotas decidieron rodear el gobierno con su apoyo, algunos por ser partidarios y otros que actuaron como una ambulancia de conciencia nacional, que no han querido, por ejemplo, convalidar con su silencio o inacción el racismo clasista profesado por buena parte de la clase media urbana del país, sobre todo de la Buenos Aires macrista.

A muchos parece inexplicable la actitud del gobierno, muchos también destacan su errores. Admitimos que hay cosas difíciles de comprender. ¿O de explicar?

En cualquier caso, lo que prima es la voluntad de que el Estado pueda intervenir en la economía y desempeñe un papel activo en los conflictos de intereses económicos y sociales.

Y que el gobierno tiene la legitimidad de haber sido elegido por sufragio universal, y sólo acaba de gastarse el primer octavo del tiempo de su mandato.

Y que a una medida encarada por este gobierno se le hayan opuesto los sectores que se le opusieron, bajo una forma que dio en llamarse « destituyente ».

La prueba de fuerza puso de manifiesto que las alianzas que llevaron a Cristina Fernández a ser elegida presidente de los argentinos no resistieron la prueba de la confrontación. En cambio, su legitimidad procede de una fuente electoral que no está cuestionada y la presidenta puede exhibir los resultados de la gestión presidencial anterior y su búsqueda de una distribución progresista de la riqueza, como muestras de una voluntad de cambiar el estado de cosas que una mayoría de argentinos rechaza.

En realidad, el balance del gobierno anterior tuvo su veredicto en las urnas, en octubre de 2007, y es harto temprano para hacer un balance del mandato de Cristina Fernández.

Si hay un balance en cuestión es el balance de la democracia argentina realmente existente, vale decir de un período de 1983 a 2008, sin perjuicio de que aspectos de ese balance están relacionados con toda la historia de la dependencia argentina.

Lo primero que tiene que creerse el o la presidente del país es que tiene la responsabilidad principal y debe cumplir su programa electoral. Lo que debe saber es que se espera del gobierno un liderato público y que para ello debe contar con sus electores.

Es indiscutible que el gobierno de Néstor Kirchner se adaptó a la existencia de sectores económicos -dinámicos, dentro de su etapa- sin cuestionar en su acción pública los fundamentos de los mismos.

Pero haber contemporizado con la especulación financiera, soportado la desnacionalización energética y minera, la libertad de acción de las grandes multinacionales agroindustriales y la de los oligopolios de comercialización, así como las licencias leoninas de los medios de comunicación o la nueva “patria sojera” en marcha, conviviendo con un regresivo sistema impositivo, no impidieron frente a resultados de crecimiento del producto bruto interno, de la baja de la tasa de desempleo y la contención de la inflación en el período, entre otros resultados, que el voto de los argentinos llevara a la primera magistratura a Cristina Fernández, erigida en continuadora de la inspiración de ese gobierno.

Eso fue un acto de confianza en su capacidad para dirigir el país. Ahora está en juego todo eso. También esa confianza.

No obstante, no podemos dejar de lado el contexto sudamericano y al ver cómo los gobiernos que intentan cambios se encuentran asediados por oposiciones que amenazan o amenguan la integridad de los respectivos países, deseamos manifestar una actitud alerta, ya que el porvenir de cada uno de nuestros países va unido al de los demás. Nuestra historia registra demasiados casos de lavallismo, como para subestimar la influencia que pueden tener los acuerdos de intereses entre políticas extranjeras y dirigentes políticos locales.

Los antecedentes neoliberales de la inmensa mayoría de los personajes que intervinieron del lado « del campo » y diversas filiaciones con acontecimientos de índole dictatorial militar constituyen indicadores de alarma más que justificada para reaccionar contra esas pretensiones de dictarle al país sus reglas, por encima de las instituciones. Y ya que estamos con las instituciones, a las que nos sometemos, el funcionamiento de los partidos políticos, del senado y del vicepresidente están lejos de satisfacer en cuanto a resultados democráticos de mejora de la estructura distributiva de nuestro país. Su funcionamiento fue reaccionario porque en todo momento los que votaron en el parlamento contra la resolución 125 omitieron considerar la cuestión de la redistribución de la riqueza.


De cualquier modo, les resultará imposible disfrazar un país con pocos ricos y muchos, muchísimos, pobres. No podrán enmascarar su concepto de democracia que es el de una democracia para pocos y el infierno para los más.

Muchos han hecho hincapié en una defensa de « lo que hay ». La frase, al principio, quería decir defender lo que hay contra « lo peor » pero nunca esa defensa se podía hacer « por lo que hay ». Esa defensa se ha hecho, también, para cambiar « lo que hay ». Va de suyo que la defensa del gobierno constitucional que había planteado una agenda social era y es una defensa del desarrollo social argentino, no entendido como una acción del ministerio del mismo nombre, sino como una reforma de la sociedad mediante un desarrollo económico con reparto progresista de la riqueza y obras de urgencia del Estado para pagar la deuda interna.

Pero el conflicto tiene resultados pedagógicos. Se plantean en forma abierta cuestiones políticas y culturales. La intervención de los ciudadanos en la política es lo que puede traer una fuerza renovadora que aproveche las lecciones dadas por todos los dramas de nuestro pasado. En lo cultural, como sociedad, la propia transformación viene de cómo queremos ser en comparación con cómo hemos sido. También de la experiencia del mundo.

Por ejemplo, una de las razones de rechazo del nacismo y del facismo es el rechazo de racismo que los caracterizó. En la sociedad argentina la mayoría tiene que probarse que estamos contra toda clase de racismo y, en particular, en nuestro país, contra ese racismo clasista –de desprecio- que acompaña y acompañó a todas las expresiones neoliberales autoritarias y dictatoriales y de democracias restringidas o pseudodemocracias.

Desde todos estos puntos de vista, un gobierno que quisiera llevar a la práctica su mensaje electoral tenía que empezar por alguna parte. No fue un buen comienzo, porque fue una derrota. Sin embargo, fue un comienzo. Lo que puede llegar a darle un carácter trascendente. Desde luego, no hay comienzo sin continuidad.

En un plano de continuidad es indispensable para el gobierno que se comprenda mejor qué quiere hacer. En vez de coger desprevenidos a sus enemigos tomó por sorpresa a sus amigos.

El gobierno ya sabe que no está solo. Tampoco está solo para pensar lo que los argentinos deseamos y necesitamos.

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